Las palabras (*)
Ludovico
Silva
De
todos los inventos humanos o divinos, el más glorioso, sutil y misterioso lo
constituye la palabra. Es un invento tan sutil que, a pesar de ser usado
diariamente como vehículo esencialísimo de comunicación, nadie ha podido hasta
ahora definirlo con exactitud. Tal vez dentro de su esencia resida como
elemento fundamental esa incapacidad de ser definida. Véase, por ejemplo, la
excelente definición que da el filólogo A. Meillet: “Una palabra resulta de la
asociación de un sentido dado a un conjunto dado de sonidos, susceptible de un
empleo gramatical dado”. A pesar de su sensatez, esta definición nos deja
perplejos cuando emplea términos tan vagos como el de “asociación” y el
“sentido dado”. ¿Cuál es el sentido dado de una palabra? ¿Acaso el del
diccionario? ¿Acaso el del habla popular? ¿Tal vez el del habla culta de
literatos? ¿O más bien el sentido que las palabras adquieren dentro del
lenguaje poético? Por otra parte, en cuanto a su asociación ¿no hay acaso mil
maneras distintas de entender este término? Una palabra puede asociarse
poéticamente a un sistema dado de signos, pero también puede asociarse según
las reglas de la gramática o, en definitiva, de acuerdo a una lógica no poética
sino discursiva.
Por
otra parte, hay muchas clases de palabras. Hay las simples y las compuestas,
como “boca” y “bocacalle”. En este último caso, bocacalle ¿es una palabra o es
la unión de dos palabras? Hay también la palabra primitiva y derivada; así,
“hombre” y “humanizarse”. ¿Cuál de las dos es más palabra? Por otra parte, hay
vocablos que se diferencian sólo por sus terminaciones, como los masculinos y
femeninos y las desinencias verbales. Las palabras “canto”, “cantas”,
“cantábamos”, ¿son en realidad una sola palabra, o son varias? Y en cuanto a la
denotación de las palabras –es decir, los objetos que se designan– ¿son iguales
todas las palabras? ¿No habrá una diferencia radical entre decir “árbol” y
decir “dragón”? Esta última palabra es vacía de significado real, lo cual nos
lleva al viejo problema filosófico de los términos vacíos. Dicho en otros
términos, ¿qué designan las palabras: objetos, entes o simplemente relaciones?
Pues un dragón, hasta nueva orden, no es
un ente, sino una relación que la fantasía humana establece entre entes
existentes. Expresiones tales como “el monarca de Francia” (y ya sabemos que
Francia es una República) son un conjunto de sonidos con un sentido dado y
obedientes a un orden gramatical dado; pero, no designan nada real. Palabras
tales como “alma”, ¿qué objeto designan? Y sin embargo, dice muchas cosas… De
ahí el misterio de definir lo que es una palabra.
Hay
otros problemas, tales como el suscitado
por el empleo de las llamadas “buenas” y “malas” palabras, que tan
sabrosas cosas ha hecho decir en Venezuela al maestro Ángel Rosenblat. ¿Hay
algún derecho, alguna ley estatuida, para considerar mala a una determinada
palabra? ¿Cuál es el criterio último para determinar que un lenguaje específico
está cargado de vocablos “gruesos”? ¿Acaso los hay delgados? También está el
problema de la cosificación de las palabras en los diccionarios. ¿Cómo saber si
el sentido dado por la Real Academia a la palabra “laúd” se corresponde con el
sentido dado a esa misma palabra en un texto poético donde no designa al
instrumento musical sino a la idea de antigüedad?
En
fin, las palabras son el más divino, complicado y genesíaco invento de los
seres humanos.
(*)
“Las palabras”. s/f. De: Belleza y revolución. Valencia. Vadell Hermanos
Editores. 1979, pp. 249-250.
Texto tomado de Silva, Ludovico (2008). Teoría
poética. Editorial
Equinoccio, Universidad Simón Bolívar. Caracas. págs. 169-170.
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